Delvis Durán
Es notoria la insistencia de querer culpar a los medios digitales de la difamación, el chantaje y la extorsión, pero ninguno de esos delitos nació con las plataformas digitales. No estoy negando que exista la práctica, pero no quieran ocultar que los grandes beneficiarios del chantaje y la extorsión están en los medios tradicionales.
Querer lavarse las manos como Pilato es una irresponsabilidad y más cuando los que atacan insistentemente las plataformas digitales se hicieron ricos con el periodismo y la comunicación. Todos sabemos que es imposible amasar fortuna en este oficio, al menos que se practique la prostitución comunicacional, el chantaje y la extorsión.
La narrativa que se quiere imponer de que el mal solo habita en los entornos digitales es un intento burdo de desviar la atención. Durante décadas, los medios tradicionales han utilizado su poder de alcance para presionar, manipular y condicionar voluntades, beneficiándose de esa influencia para obtener ventajas económicas y políticas. Hoy, con el auge de los medios digitales, sienten que ese control absoluto se les escapa de las manos y buscan desacreditar a todo un ecosistema que simplemente democratizó el acceso a la información.
No se puede tapar el sol con un dedo. La corrupción en la comunicación no depende del canal, sino de las prácticas de quienes lo ejercen. La diferencia es que ahora, gracias a las plataformas digitales, es más fácil evidenciar los abusos y desmontar los discursos de quienes se han erigido falsamente como guardianes de la verdad. El verdadero reto está en establecer estándares éticos, no en criminalizar un modelo que ha permitido que más voces tengan espacio y que las audiencias ya no dependan de los monopolios informativos de siempre.