Tras participar en 14 series finales y ganar 10 de ellas en período de 16 campeonatos (1992-93 / 2007-08), la más prolongada dinastía en la historia del béisbol profesional dominicano, las Águilas Cibaeñas solo conquistaron dos coronas en los 17 torneos más recientes (2008-09 / 2024-25).
Dinastía que muchos de sus “directivos” creyeron sería eterna y sobre la que ningún accionista ni idea tiene con relación a lo que se hizo entre los años 80 y 90 para que ocurriera.
Se llegó al punto de que las Águilas sufrieron 5 eliminaciones en serie regular en los 16 campeonatos más recientes (2009-10 / 2024-25), lo que nunca ocurrió en los 17 anteriores (1992-93 / 2008-09).
El 14 de junio será la asamblea anual de accionistas del club aguilucho y, ante el valor histórico del nivel de desplome en el que cayó después de convertirse en el primero en alcanzar 20 coronas (2008), es propicia la ocasión para exponer sucesos vitales ocurridos alrededor de esta maltratada entidad.
Más que un artículo como otro cualquiera, esto tiene características de memorias, testimonios, ya que describe vivencias de la única persona que laboró permanentemente en Águilas Cibaeñas durante las dos últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del siglo XXI (40 años); el único dentro del equipo que se dedicó a estudiar sus profundidades y las de la Lidom, no sólo numeritos de peloteros.
Igual que valiosos aprendizajes entre los años 60 y 70, en el proceso que se da en el transcurso de la niñez y la adolescencia.
Se trata de su más importante gestor de jugadores nativos durante ese tiempo laboral (además de otros aspectos), ejecutivo de máxima relevancia y testigo de primera fila de tantas cosas que han lastimado con rigor a su fanaticada y los logros deportivos del equipo. Esto quiere decir que nos referiremos a relatos que no se producen por “boca de ganso” ni invento.
Es impactante observar la precisión con la que se cumplieron advertencias de hace 50 años. Para entender esto y porqué llegó lo que para nosotros no fue sorpresa (lo comentamos en 2005), es necesario sumergirse en relevantes antecedentes.
En 1933, por iniciativa de un prestigioso grupo de ciudadanos santiagueros, con carácter de representatividad municipal para participar en torneos nacionales de la época, surgió un equipo de béisbol profesional denominado “Santiago Baseball Club”, el mismo que cuatro años después pasó a llamarse Águilas Cibaeñas y que hoy ostenta 22 coronas.
Este conjunto es el último eslabón del desarrollo del béisbol con raíz en esta ciudad, como parte de una historia que entre la segunda década del siglo XX e inicios del cuarto decenio protagonizaron dos importantes rivalidades: primero Yaque e Inoa y luego Sandino y Municipal, las que prendieron el fervor de la fanaticada santiaguera, de manera similar a lo ocurrido entre Escogido y Licey en la capital.
Cuando reaparece el béisbol profesional en 1951, luego del colapso de 1937, Águilas Cibaeñas sólo existía de hecho, no poseía personería jurídica, era simplemente una colectividad deportiva.
Es en 1953, para el tercer campeonato de verano, de los cuatro reconocidos en el futuro por la Lidom (1955), cuando recibe su incorporación como “sociedad sin fines de lucro” (similar a lo que es Tigres del Licey), mediante decreto del poder ejecutivo.
Posteriormente, es en 1971 cuando las Águilas se convierten en “compañía por acciones” (C. por A.), integrada por 49 personas (en la actualidad sólo viven tres), siendo una de ellas nuestro padre, ingeniero Juan Sánchez Correa. Es importante referirnos a este episodio.
A mediados de agosto de 1975, Sanchez Correa y el jurista Conrado González Monción, otro accionista de las Águilas, sacaron al aire el programa radial “La Mesa Redonda del Deporte”, integrando también al brillante comentarista Dennis Cabral, padre del colega Kevin Cabral.
A ese espacio deportivo asistíamos como oyente, acompañando a diario a nuestro padre, con 15 años para entonces. Dos años después (1977), iniciamos ahí nuestra carrera como comentarista radial.
¿Qué importancia tienen las citas anteriores? Sánchez Correa y González Monción fueron los artífices de la redacción de los estatutos de esa “C. por A.” aguilucha y fue en “La Mesa Redonda del Deporte” donde escuchamos sus explicaciones sobre esa conversión jurídica. Es decir, lo hicieron de manera pública.
Precisaban que en esa normativa se esmeraron en evitar que, al tratarse de un equipo de béisbol de origen municipal, de propiedad simbólica de la comunidad santiaguera, alguien de manera particular intentara adquirir dominio sobre él.
Que, debido a eso, en común acuerdo con los principales promotores de la transformación, impusieron la rigidez de modificación estatutaria que existía. Nadie rebasaba aproximadamente el 4 por ciento del total de las acciones.
Que esa conversión jurídica se había realizado atendiendo recomendaciones, para su mejor desempeño con el comercio.
Razonaban que, de producirse la aparición de intereses económicos particulares, surgirían conflictos en Águilas Cibaeñas, perdiéndose su idiosincrasia y esencia. Ni profetas que fueran, dicho y hecho.
Una modificación estatutaria a principios de la década pasada, para trasegar acciones, produjo la estocada que provocó la penetración de un ambiente de anticristo, donde se juntaron el odio, la mentira, la maldad, la desvergüenza, el engaño, así como todo lo adverso a la armonía y la eficacia.
Al parecer, Sánchez y González visualizaron que en el fututo Águilas Cibaeñas adquiriría importante poder económico, pero nunca se imaginaron que se desataría entre herederos de acciones lo que hemos denominado la “orgía de apetencias” vigente, creciendo durante más de dos décadas, especialmente con personas sin ningún arraigo beisbolístico, sin aportes a los éxitos del equipo, desconocedoras del funcionamiento del béisbol profesional dominicano y sus enlaces.
El interés por adquirir puestos en los consejos directivos se centró en búsqueda de salarios, credenciales y nombradía ante la sociedad, convirtiéndose sus integrantes en figuras decorativas, entorpecedoras y parasitarias, causando severos daños a la marca Águilas Cibaeñas, con muy escasas excepciones.
Peor aún, con uno de sus decanos, experto en manejar sofismas, quien se ha pasado la vida causando perjuicio en las Águilas, siendo cabecilla de esa orquesta desentonada, sonsacando gente y dirigiendo conductas indebidas, en vez de ser guía y orientador. Parece que es su naturaleza.
Desafortunadamente, el panorama administrativo aguilucho es sombrío y sin perspectiva esperanzadora. En las condiciones actuales, con profunda raíz maligna y añeja, no importa quién salga presidente el próximo día 14, vemos que cualquiera sería lo mismo, a menos que se produzca un giro extraordinariamente inesperado y surja una especie de mago.
Por todo lo anterior, nunca hemos sido ni seremos parte de mancuernas, las que han engendrado malestares irreparables a la institución. Nuestras labores, en sus primeros 24 años ejercidas sin ser accionista, siempre se circunscribieron a llevar y aportar, no a buscar ni ser parte del desorden.
Hemos preferido aplicarnos el famoso “Juicio de Salomón”, cediendo como la madre auténtica, renunciando a cualquier disputa y separándonos de todo, sin complicidad de ocultamiento, porque los más sufridos son los consumidores del espectáculo, la gran fanaticada aguilucha, principal sostén del equipo. Ya cumplimos.
Mucho antes de nuestra salida, entendimos que nos habíamos convertido en una oveja blanca en un rebaño de ovejas negras. Nuestra salud primero.
¿Significa todo esto que las Águilas no puedan ganar un campeonato? Nadie puede precisarlo, en este complicado béisbol dominicano actual cualquier cosa es posible, pero hay algo que se llama “probabilidad”, la que cada vez es más débil y, por añadidura, encontrándose en un callejón sin salida.
Sin embargo, existe el aliciente del refrán “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Algún día aparecerá el rescate. Ojalá sea muy pronto.
Tomado de Listín Diario